29 oct 2011

Novedades



Buenas a todos los que leen mi blog, Últimamente no he tenido tiempo de actualizarlo, las tareas se han apilado por montones y creo que si no hago algo al respecto, terminaré muy mal... x.x, en fin, estas semanas han sido divertidas pero un tanto complicadas :S. por el momento ando enfocada en terminar los escritos para la escuela, de hecho, los últimos que he publicado han sido ejercicios de escritura, no me he tomado la molestia de corregirlos, editarlos ni nada xD.

Sin mas que decir, espero tener algo nuevo pronto, me despido, tengan un día excelente! ja ne! ;D

PD: el muchachote de arriba (Jigunji Ren), es mi próximo proyecto cosplay XD...además de mi novio ficticio...aunque todos los de Uta no Prince Sama, son mis novios, jajajaja xD.

11 oct 2011

Por unas vacaciones



Un año de pareja, a pesar de las críticas de sus compañeros y el constante rechazo familiar,  Maxwell y Anderson habían logrado saltar esos enormes muros y seguir su relación sin que el amor entre ellos disminuyese, al contrario, entre más trabas y obstáculos debían vencer, éste aumentaba.
— De nuevo, por poco no me dejan venir, mi hermano es detestable, no pasa ningún momento en el que me diga palabras hirientes — Se quejó Maxwell apoyándose en el respaldo del sofá, se encontraba en la sala en casa de Anderson, el cual al ser hijo único y con padres constantemente ocupados, se la pasaba la mayor parte del mes solo, y ese era uno de esos días.
— Olvídalo, ya estás aquí y tendremos la casa para los dos, además es fin de semana y ya hicimos los deberes — Lo consoló Anderson pasando su brazo por el cuello de este para seguidamente jalarlo hacia sí; Maxwell adoraba como los gestos románticos de su novio, le hacían sentirse en la séptima nube luego de un día tormentoso.
— Es lo bueno de ser estudiantes de preparatoria privada, no dejan mucha tarea y si dejan, es demasiado sencilla para nosotros — comentó Maxwell apoyando su cabeza en el hombro de su novio, éste bajo el brazo del hombro a la espalda de Maxwell, el cual se sobresaltó más no se separó.
— Oh, estás muy seguro de tu inteligencia, señor presidente del consejo estudiantil — lo burló Anderson enfatizando la última línea un tono de voz grave. Maxwell lo empujó y se separó de él falsamente ofendido.
Tanto Maxwell como Anderson pertenecían al consejo de estudiantes, el primero como presidente y el segundo como tesorero por lo que era común verlos siempre  juntos y al ser una pareja conocida, debían ocultarse de los ojos chismosos asiduamente. El primer chico tenía la apariencia de un cerebrito cualquiera — Cabellera negra corta, ojos azules escondidos tras lentes, piel morena clara y cuerpo delgado —, mientras que el segundo con apariencia de gigoló — Alto con el cabello teñido de rubio cenizo cortado irregularmente, ojos miel, cuerpo atlético —, le fue más complicado conseguir sitio en el prestigiado consejo de estudiantes.
— Adoras molestarme, como cuando éramos pequeños, te decía que alejaras los capullos de mariposa que tanto adorabas coleccionar de mí, pero en vez de hacerlo, cada que podías los escondías en mi pupitre — se quejó Maxwell levantándose del sofá y tomando asiento en el individual. Anderson suspiró pesadamente, su querido novio a veces era extremadamente sensible, desde su asiento extendió una mano hacia él.
— Perdona Max, ven acá, estás muy lejos — se disculpó el rubio mostrándole una sonrisa seductora en sus labios, la cual siempre daba resultados y lo sabía; Maxwell se acercó a él hipnotizado por dicha sonrisa, se sentó entre sus piernas en el sofá.
— Sólo estaba haciendo un pequeño berrinche, siento ser tan infantil — Dijo Maxwell  bajando la cabeza al tiempo que dejaba al descubierto su morena nuca, la cual enseguida fue besada por Anderson.
— No eres infantil, eres extremadamente lindo — le susurró Anderson al cuello, Maxwell sintió su piel erizarse al sentir el cálido aliento de su novio, sus mejillas se tiñeron de carmesí, tenía idea de que harían a continuación.
Como si estuviese planeado al poco tiempo Maxwell fue arrastrado a la habitación de Anderson, de las veces que se veían a la semana, no faltaba día que se abrazaran a menos que la familia de Anderson estuviese en casa, y si dicha cosa sucedía, no pasaban más allá de los besos.
Al día siguiente habían quedado de ir al cine pero sus planes fueron mermados, Maxwell se sentía agotado, Anderson como siempre había ignorado al presidente y habían hecho el amor más de una vez, y ahora las caderas de Maxwell se sentían pesadas.
— ¡Te lo dije!, ¡No puedo tantas veces! — reclamó Maxwell desde la cama apoyando en su codo, Anderson se encontraba en el baño lavándose los dientes. El pelinegro se colocó boca abajo y cerró los ojos, sus planes se habían ido por la borda, a pesar de haberle reclamado a su novio, se sentía completamente satisfecho.
— No pude evitarlo, te veías tan condenadamente sexy, todavía recuerdo… — comenzó Anderson pero fue callado por un almohadazo en el rostro. — Vale, no diré nada — Dijo tomando la almohada del suelo para luego lanzarla de vuelta, ésta fue  esquivada. A continuación la habitación se inundó de carcajadas, era lo bueno de que aún fuera amigos, podían tener una charla incomoda pero enseguida la incomodidad desaparecía y se volvía fraternidad.
— Y pensar que si no me hubiese lanzado a ti, ahora no estaríamos con esta charla matutina — comentó Maxwell cubriéndose con la sábana, planeaba quedarse en cama toda la mañana. Anderson se acercó a la cama se sentó en la orilla.
— Tienes razón, el presi salió picarón — Dijo Anderson palpando la espalda de su amante, le hacía mucha gracia verlo cubierto de pies a cabeza, le recordaba a sus tiempo de niñez en los que Maxwell terminaba como oruga cada que veían una peli de terror. Maxwell se limitó a darle la espalda, Anderson sonrió y le abrazó por encima de las sábanas y así iniciaron uno de sus cuantos días desde que se juntaron.
Dos semanas más tarde Maxwell fue de visita a casa de su novio, ese día sus padres si se encontraban en casa por lo que debieron ir de inmediato al cuarto, con excusas de tareas inexistentes ambos chicos se retiraron de la sala.
— Regresaron temprano esta vez — comentó Maxwell encendiendo el televisor y tomando el control de X-box. Anderson tomó el otro control.
— Si, pero no pasa nada, ellos no sospechan nada, piensan que somos los amigos inseparables de infancia — Dijo Anderson colocando el disco del juego que tocaba ese día, tenían ya una lista determinada de juegos cada que los padres de Anderson no se ausentaban.
— Me alegra, desearía que los míos dejaran de mal pensar, pero cada vez es más difícil salir de casa y venir a verte, hoy por un pelo no me dejan, pero por gracia divina mi hermano llego en un estado inconveniente y optaron por dejarme venir — Replicó Maxwell aferrándose al control mientras miraba la pantalla en seriedad total, Anderson le palmeó el hombro e hizo que lo mirara.
— Tranquilo, ya hemos pasado por mucho, seguiremos juntos hasta que ya no quieras — le susurró al oído, Maxwell sonrió y abrazó a su novio dejando el control de la consola en el suelo, a los pocos minutos ambos chicos se estaban besando, por suerte, lograron separarse antes de que la madre de Anderson irrumpiera en el cuarto con un aperitivo.
— Por cierto, hay algo que no te he dicho — Dijo Maxwell sentado sobre sus piernas mientras cortaba una rebana del pastel que la madre de Anderson les había llevado momentos antes.
— ¿Qué es? — preguntó Anderson llevándose un bocado de dicho pastel a la boca, sonrió complacido, su madre siempre hacia excelentes pasteles.
— La siguiente semana, mi familia y yo iremos a visitar a mis abuelos en España y estaremos un tiempo ahí, por suerte entraremos en vacaciones este viernes, así que no te veré por un tiempo — Respondió Maxwell sonriente, se llevó un bocado de pastel y lo saboreó, sus ojos se iluminaron ante el sabor, los postres era su talón de Aquiles.
Después del aviso, Maxwell se fue de viaje con su familia y Anderson no supo de él salvo por los escasos comentarios y fotos que subía el pelinegro en su Facebook, al parecer su querido novio estaba demasiado ocupado para mandarle mensajes o al menos llamarle, no dispuesto a aceptar que se sentía solo optó por también aprovechar el mes solo para salir con sus amistades.
El tiempo pasó y Anderson dejó de recibir actualizaciones del muro de su novio, ahora parecía que la tierra se lo había tragado y arrastrado a algún inhóspito lugar de España, resignado siguió con su vida dejándole mensajes de vez en cuando a su novio al celular o en su muro. Días después mientras se encontraba en una reunión con sus amigos su celular sonó.
— ¿Diga? — Respondió a la llamada sin verificar quien le hablaba, se sorprendió al escuchar la voz de su novio del otro lado, unos minutos de charla y colgó, ahora se sentía más tranquilo, Maxwell le había hablado avisándole que regresaría al día siguiente.
Al día siguiente Anderson recibió con un abrazo repleto de emociones a  Maxwell, éste se sorprendió un poco pero no dijo nada, solamente lo abrazó de vuelta.
— Te extrañe — le susurró Anderson al oído, Maxwell enseguida se separó de  él y miró hacia todas direcciones, después de comprobar que no habían ojos chismosos rodeo del cuello a Anderson.
— Yo también — dicho este depositó un casto beso en los labios de su novio, éste lo recibió gustoso y antes de que dejasen a Anderson emocionarse la puerta sonó indicándoles que la madre de él estaba al otro lado con algún aperitivo. Después de que Maxwell llegara, apenas dejó las maletas en casa se dirigió a ver a Anderson.
Comieron los aperitivos, tomaron el refresco y platicaron como mejores amigos, durante ese rato Anderson notó algo distante a su novio, tomando valor le preguntó el motivo pero éste solamente le respondió con una evasiva, sabiendo que sacarle la real respuesta sería una odisea prefirió pasarlo por alto, después de todo seguían juntos a pesar del mes separados.
Las cosas siguieron como antes, salvo un nuevo comportamiento por parte de Maxwell, éste se pasaba un rato en la computadora, antes ni siquiera tocaba dicho aparato, y ahora pareciese como si su vida dependiese de él, Maxwell le dejaba usar su laptop ya que el chico no tenía una propia, la pediría en su próximo cumpleaños, pero para eso faltaban meses.
— ¿Qué  hay en el internet que te hace estar horas y horas? — preguntó Anderson un día que ambos se encontraban en una cita comiendo en un restaurante familiar.
— No es nada importante, solo charlo de vez en cuando con mis familiares en España, resultaron muy entretenidos — respondió Maxwell llamando a la mesera pidiendo la cuenta con un ademán de mano. Anderson notó un cambio de voz en la respuesta de su novio, sin contar que éste no le había mirado a los ojos cuando le respondió.
— Ya veo, me alegra que la hayas pasado bien — Dijo Anderson sacando el billete de su cartera, ese día le tocaba pagar, no le causaba inconveniente alguno pero notaba que últimamente su novio le dejaba todas las cuentas a él.
La conducta extraña por parte de Anderson continúo durante más de dos meses, Anderson ya había estado tejiendo ciertos motivos de su actitud pero dejó que su novio continuase así, temía perderlo por un arranque de celos sin fundamento. Cierto día después de que Maxwell se retirara a su casa, Anderson checó su computadora, su novio había dejado su cuenta de correo abierta, y en ésta había un mensaje no leído.

De: Carla quintana ( carlix_quin@hotmail.com)
Para: Maxwell Shiefeld ( maxim.90@hotmail.com)
Cielo, no te preocupes, dentro de unos meses iré a verte, las cosas han estado difíciles acá, ya sabes, el trabajo más la carrera, es todo un show!, en fin, te extraño un montón, ya quiero verte, me haces mucha falta, quiero que me beses y abraces de nuevo, te mando besos en donde tú quieras!, salúdame a la tía y el tío,  te amo.
Carla Quintana

Al terminar de leer el correo, se dio cuenta de que todo encajaba, ahora comprendía por qué ahora le resultaba más complicado no solo intimar con él, si no también ser cariñoso, se sintió estúpido por todo ese tiempo, Maxwell había hecho lo imposible para llegar a su corazón, y ahora que lo había logrado le cambiaba así de fácil. Dispuesto a no dejarse llevar por el primer impulso, se dispuso a investigar aún más, descubrió mensajes en el muro del Facebook que hubiese visto antes si no estuviese tan en contra de las redes sociales; con tan clara y evidente información cerró la laptop devastado, esa noche lloró hasta quedarse dormido, era la primera vez que lloraba por alguien.
al día siguiente cito a Maxwell en el parque en donde se habían emparejado, éste se presentó primero, Anderson sonrió al verlo ahí con las manos en los bolsillo y mirando a todos lados como niño perdido, suspiró, aunque Maxwell no le hubiese conquistado igual su corazón a la larga le hubiese pertenecido.
— Llegas temprano — saludó Anderson levantando la mano, Maxwell sonrió ampliamente al verlo y caminó a paso veloz hacia él para seguidamente abrazarlo. El rubio se dejó abrazar mas no le correspondió.
— ¿sucede algo? — preguntó Maxwell con tono preocupado separándose de Anderson, éste desvió la mirada y le indicó que se sentara en la banca cercana a ambos. Maxwell obedeció, a continuación Anderson sacó de su mochila unas hojas, las colocó en las manos del pelinegro.
— Ya sé de la existencia de Carla — Dijo Anderson fingiendo una sonrisa, tenía ganas de llorar y sus ojos se empañaron un poco, miró hacia otra dirección evitando que Maxwell se diese cuenta.
— Esto… ¡no es lo que parece!, admito que si estuve con ella, pero no es serio, ¡a ti es quien amo!— exclamó Maxwell tirando las hojas al suelo y tomando de los hombros a Anderson.
— No juegues, estoy harto de tus mentiras, siempre he hecho lo que tú has querido, eres demasiado egoísta — reclamó Anderson apartándose del agarre, se sentía como un chiquillo en esos momentos, a pesar de que sobrepasaba a Maxwell por centímetros.
— No es mentira, solo te amo a ti, lo sabes — Dijo entre sollozos Maxwell tratando de tomarle del brazo, Anderson le rehuyó y le miró fijamente.
— No más, deja de mentirte, ve y haz lo que quieras con tu vida y no vuelvas a la mía, adiós Maxwell, se feliz — dicho esto le dio la espalda y comenzó a caminar, Maxwell le trató de tomar del brazo para evitar que le dejara pero Anderson lo apartó sin miramientos. El tiempo pasó y Anderson y Maxwell dejaron de verse, si se encontraban en la academia, Anderson enseguida le ignoraba y tomaba la dirección contraria, Maxwell se había llevado su corazón y confianza, nunca lo perdonaría.

FIN.

8 oct 2011

Desliz


Clara se había presentado a la cita que su madre había acordado en una clínica con una increíble reputación, miraba desde el pavimento el inmenso edificio, al ser una clínica de renombre poseía varias especialidades y por ende varios pisos, entre ellas destacaba ginecología, a pesar de sus 23 años, la joven no había tenido ni atisbo de vida sexual hasta hace una semana, motivo por el cual ahora se encontraba mirando la construcción sin decidirse a entrar.
 ¿No entrarás? — una melodiosa y femenina voz irrumpió en sus pensamientos, Claro pasó su mirada hacia la mujer que le hablaba.
— Si, pero estoy tomando valor — respondió Clara regresando la mirada hacia el edificio, el cual se había visto imponente hace unos segundos y ahora parecía una construcción cualquiera, la mujer que le había hablado opacaba de sobremanera dicha construcción. La atractiva mujer tomo el brazo de Clara, al sentirla cerca, la joven sintió que su corazón se aceleraba, no supo si por causa de la fragancia a vainilla que la mujer emanaba o por su angelical belleza.
— Vamos, te acompaño, trabajo aquí — Comunicó la alta, morena e imponente mujer caminando hacia el edificio y llevando consigo a Clara. Minutos después Clara ya se encontraba en la recepción de la clínica.
— No fue tan difícil, ¿eh? — Dijo la mujer soltándola  para luego caminar hacia la recepción, intercambiar palabras y retirase dejando a Clara sin saber que hacer o decir. La joven miro hacia todas direcciones, había sucedido todo tan rápido que no logró preguntarle su nombre a aquella hermosa mujer.
Después de vencer su vergüenza en recepción, solicitó información sobre la consulta ginecológica, realizó papeleo y luego se encaminó al quinto piso del enorme edificio, en el camino se cruzó con muchas personas pero no las miraba, llevaba la cabeza gacha, se sentía como una niña yendo por primera vez al doctor. Al entrar al consultorio destinado se sorprendió de encontrar a la atractiva mujer que la había ayudado minutos antes.
— Que coincidencia, no imaginé que tú eras la chica que pidió consulta por teléfono, Clara Hemingway — Saludó la doctora levantando la mano e inclinando la cabeza. Clara cerró la puerta y se quedó quieta y en silencio.
— No soy una chica, tengo 23 años — Dijo Clara en voz baja mientras miraba el suelo como si éste fuera de lo más entretenido del universo.
La doctora movió de derecha a izquierda la cabeza y se levantó de su cómoda silla.
— Perdona, comencemos de nuevo — se disculpó la doctora para luego aclarar la garganta al tanto que caminaba hacia Clara. — Elizabeth Mcford, especialista en ginecología — se presentó la mujer extendiendo su mano hacia Clara, la cual tomó la mano y estrechó de buena manera, al fin sabía el nombre que aquella hermosa mujer, se recriminó mentalmente por pensar aquello, después de todo Elizabeth era su ginecóloga además de Mujer al igual que ella.
— Primero deberás quitarte la ropa y colocarte una bata — Indicó la doctora al tiempo que señalaba con la mano extendida hacia el baño. Clara sonrió nerviosamente y obedeció; minutos más tarde Clara se encontraba ya en la cama de exploración.
— Sentirás extraño, como una molestia y tal vez un poco de frio — Comentó la doctora colocándose los guantes de látex — recuéstate y coloca las piernas en los soportes — agregó señalando los brazos de hierro que se alzaban en los extremos de la cama, Clara colocó las piernas en posición y así la Doctora procedió a realizar el examen.
Hora y media después clara se encontraba ya en casa, aquella visita a la clínica la había hecho sentir más adulta, además de que la doctora Elizabeth le había hecho sentir inexplicables emociones, las cuales, su marido no había logrado.
— ¿Cómo te fue?  — Pregunto Eduardo sirviéndole una taza de té y luego tomando asiento delante de ella en la pequeña mesa de comedor que poseían.  La casa aún se encontraba vacía salvo las cajas que se apilaban en la sala cerca de la puerta; Clara se había casado hace una semana y debido a que temía embarazarse de buenas a primeras, terminó visitando la clínica.
— No tengo nada ni tampoco estoy embarazada — respondió Clara tomando un sorbo del té de anís servido por su marido, él suspiró y junto las manos agradeciendo a las entidades divinas por la salud de ella.
Clara aun no sabía cómo podía su esposo ser tan devoto a la religión, a ella sus padres no se lo había inculcado de pequeña, por lo que, ahora de grande, tanto comportamientos como ideas religiosas estaban fuera de cuestión, pero lograba convivir con él debido a su enorme paciencia y tolerancia.
— Realmente me alegra, todavía es demasiado pronto para los hijos, ya veremos dentro de unos años — comentó Eduardo terminándose el té, seguidamente se levantó y colocó la taza vacía en el lavabo.
Ella agradeció el pensamiento de Eduardo, ya que ella tampoco quería tener hijos, al menos no ahora.
— ¿te vas? — preguntó mirándole de reojo lavar la taza, otra cualidad de su marido era su extrema limpieza y consideración, no esperaba a que llegase ella a lavar los trastes, la ropa o diversas actividades de mujer de casa común, ese detalle mantenía el equilibrio en sus tareas diarias; se había casado hace una semana, pero había vivido juntos durante muchos años en una relación formal.
Eduardo asintió con la cabeza, terminó de lavar la taza, secó sus manos y se acercó a ella.
— Regreso en la noche, como siempre, te amo — se despidió depositando un beso en la  frente de Clara, ella le respondió con un beso en los labios. El hombre se fue y Clara se quedó sola nuevamente sumidad en sus pensamientos.
Dos meses pasaron, en su vida matrimonial, tanto ella como Eduardo se mantenían como una vieja pareja casada, las escasas noches juntos no duraban lo suficiente como para satisfacerla, pero debido a la vergüenza de admitir que disfrutaba del sexo, Clara se veía optando por disfrutar el poco tiempo y dormirse insatisfecha rato después.
Ese día tenia cita en la clínica, los resultados de los análisis específicos ya estaba listos, Clara se encontraba emocionada, había estado esperando dos meses por ir y ver a la doctora, no tenía clara la idea de porque se sentía así, pero no pensaba dedicarle tiempo a razonarlo, tal vez sólo había visto en la mujer una prometedora amiga. Clara se arregló como la primera vez que salió en una cita con su actual esposo, incluso él se sorprendió al verla tan arreglada.
— Hoy te vez hermosa, ¿se celebra algo? — cuestionó Eduardo antes de salir por la puerta y dirigirse a su trabajo, ella negó con la cabeza y le sonrió.
— Nada cariño, simplemente entré a mi etapa de querer verme hermosa, ¿es un pecado? — respondió Clara con las manos en la cintura demostrando que, efectivamente, se veía mucho más joven con aquel atuendo y maquillaje. Eduardo negó con la cabeza, se despidió de ella con un ademán de mano y salió de la casa cerrando la puerta tras sí.
Clara acudió a la cita sorprendiendo a Elizabeth con su puntualidad y extremo acicalamiento, le sonrió apenas pasó por la puerta, las señales habían llegado muy claras, la mujer morena de cabellera cobriza no iría esa vez solamente por los resultados, iría por algo más.
— Buenos días doctora — saludó Clara acomodando uno de sus largos mechones tras su oreja en gesto nervioso. Elizabeth se levantó de su asiento y se acercó a ella.
— Hoy se ve muy hermosa Clara — comentó Elizabeth a unos cuantos pasos de ella con los brazos cruzados y la mirada penetrante en el cuerpo de Clara.
— Muchas gracias doctora, hace mucho que no me tomaba la molestia de arreglarme — respondió Clara desviando la mirada nerviosa.
Elizabeth caminó hacia la puerta y le colocó seguro, ese día estaba de suerte, Clara estaba a su completa merced y pensaba aprovecharlo.
— Dime Elizabeth, estamos en confianza, toma asiento — Dijo Elizabeth señalándole la cama de examinación, Clara obedeció y se sorprendió al no ver los dos brazos metálicos a los costados de dicha cama, optó por mantener la boca cerrada, alguna explicación lógica debía tener, así su mente dejó de buscar opciones a su parecer bizarras.
Clara no supo en que momento Elizabeth había acortado la distancia entre ellas, lo único que pudo pensar fue que aquella mujer besaba de una manera increíblemente sensual, no comparable con los besos castos y poco entusiastas de su marido, debido a su constante represión sexual dejó que ésta tomase el control de su cuerpo y así pasó la hora de consulta en los brazos de la doctora.
Minutos después del último clímax Clara cayó en cuenta de su realidad, había cometido el peor de los errores en su vida, había engañado al hombre más perfecto del mundo por una simple calentura, y peor aún, con una persona de su mismo sexo, consternada se zafó de los brazos de Elizabeth, tomó su ropa, se vistió y salió del consultorio dejando a Elizabeth con mil y un preguntas en la boca.
Horas más tarde llego a su casa, Eduardo la recibió con un cariñoso abrazo y un dulce beso, aquellos gestos la hicieron sentirse aún más culpable, sin darle explicación a su esposo, se encerró en el baño.
— ¡Cariño!, ¿Qué sucede? — preguntó Eduardo con tono preocupado mientras trataba en vano de abrir la puerta. Clara  se sentó en el bacín y rompió en llanto, se sentía la mujer más sucia y mal agradecida del planeta, Eduardo al no recibir respuesta optó por dejar de insistir.
— Cuando quieras decirme, estaré en la habitación — dicho esto se retiró al cuarto; las palabras no llegaron a Clara, ella solo podía oír sus sollozos.  Después de tranquilizarse y lavarse el rostro, Clara se dirigió a la habitación de su esposo; lo encontró recostado en la cama leyendo la biblia, uno de sus hábitos antes de dormir, al ver el libro en sus manos no pudo evitar sentirse como el mismísimo diablo, resignada tomó asiento en la orilla de la cama.
— Lo lamento, he estado muy sensible últimamente — se excusó Clara tomando su pijama para luego colocársela y meterse bajo las sábanas.
— Me alegro que solo sea eso, pensé que algún análisis había resultado mal — Dijo Eduardo cerrando la biblia, la coloco en el cajón del buro al lado de la cama  y miró a Clara. — Buenas noches amor — agregó besándole la frente; todas las noches en las que no mantenían relaciones sexuales, él le daba un beso en la frente y de inmediato caía rendido, Clara se había acostumbrado, pero ahora sentía que esa muestra de afecto era demasiado para ella, con el filo de la culpa amenazando su alma cerró los ojos y durmió profundamente.
Esa noche soñó como nunca había soñado, con ella en la consulta rodeada de abrasadoras flamas y la sonrisa seductora de Elizabeth que la miraba desde su asiento sin inmutarse de la temperatura del lugar. Gritó desesperada, trató de salir pero las puertas y ventanas estaban selladas, se vio después caminado por calles desiertas, casas destruidas y olor a azufre; sobresaltada despertó del sueño, el reloj marcaba las seis de la mañana, respiró profundo y salió de la cama dispuesta a olvidar aquella pequeña desviación que había cometido, después de todo, una mujer no podría contar como infidelidad, al menos eso se obligó a pensar para así sentirse bien consigo misma. El día paso tranquilamente hasta que en la tarde tocaron la puerta, ella y Eduardo se encontraban mirando una película en el televisor, ese día era sábado por lo que ambos se pasaban en casa descansando.
— Iré a ver quién es — Dijo Clara deshaciéndose con sutileza del abrazo de su esposo, éste le sonrió y siguió mirando la película; Clara abrió la puerta y casi se desvanece de la impresión, la doctora Elizabeth se encontraba ahí delante de ella, con ropa de calle mirándola de una manera que le hizo dar un vuelco el corazón.
— Me alegra que la clínica tenga registro de los pacientes — comentó Elizabeth sonriendo ampliamente — no me agrado como terminamos, te he extrañado — agregó rodeándola en un abrazo que iba más allá de lo fraternal, Eduardo había dejado de ver la película y miraba la escena con el ceño fruncido y el rostro descompuesto.
Clara posó su vista en la calle, la cual se encontraba vacía, pero por alguna razón deseó que estuviese llena de carros para salir corriendo y dejarse arrollar, la culpa le corroía los huesos y ahora que había sido expuesta no podía hacer nada.
— Clara, ¿Qué significa esto? — preguntó Eduardo demandante acercándose a ellas, Elizabeth al ver a Eduardo soltó a Clara y le dio un poco de espacio.
— ¿eres casada? — fue el turno de Elizabeth de preguntar, el tono demandante y dolido de ambos le taladró a Clara el corazón, las lágrimas inundaron sus ojos.
— ¡No fue mi intención!, ¡no pude evitarlo! — exclamó entre sollozos tratando de enjuagar las lágrimas que salían sin querer controlarse.
Eduardo caminó a la cocina, tomó las llaves del automóvil y salió de casa, no sin antes decir un “hasta nunca” desprovisto de emociones. Clara se derrumbó en el suelo, había arruinado toda su futura felicidad por un momento de lujuria, Elizabeth la rodeó en un abrazo y le ofreció su pecho para llorar. Después de aquel acontecimiento Eduardo le pidió el divorcio y ella nunca logró perdonarse, por lo que se fue de la ciudad lejos de aquellos sentimientos que la hicieron perderse, lejos de su pecado.

FIN

Viejos tiempos


Una mujer miraba por el gran cristal con los ojos grandes y brillosos de chiquilla cuando encuentra un juguete nuevo y lo desea, el dependiente de la tienda al verla desde su sitio, limpiando los cristales fijó su atención en el objeto que la mujer miraba, unos zapatos dorados con franjas plateadas, un excéntrico par de zapatos.
— ¡Los quiero! — Exclamó la mujer jalando de la manga al hombre a su lado, un joven alto, apuesto, de barba de días, ojos grandes y de un profundo azul, cabellera oscura enrulándose en su cráneo. El dependiente que había estado observando a la mujer lo reconoció enseguida, aquel espécimen era su tío, aquel tío que había sido como su padre en la etapa que más había necesitado.
— No bromees Anabelle, ya sabes que solo debemos gastar lo necesario, nada de extravagancias, no somos ricos — Respondió el hombre dando la espalda al gran cristal, Anabelle infló los cachetes y bajó la cabeza resignada.
— ¡Tío Gabriel!, no te preocupes, puedo hacerte un gran descuento — Dijo el chico dependiente que había salido del local y ahora se encontraba mirando a la pareja desde el marco de la puerta del local.
Anabelle levantó la vista y fijó su atención en el chico que le había hablado a su hombre, era un joven muy apuesto, al parecer pariente de su futuro marido.
— ¡Alexander!, ¿Qué haces por estos lugares?, ¿trabajas aquí? — Preguntó Gabriel acercándose al mencionado  y rodeándole enseguida en un abrazo.
Anabelle levantó la cabeza y se acercó a ambos hombres, uno más bajo que el otro, pero ambos sumamente masculinos, Alexander se veía como un Gabriel adolescente, todo en él era similar a excepción del lunar debajo de su ojo izquierdo.
— Así es, conseguí un departamento cerca de mi universidad y trabajo medio tiempo para poder costearlo — Respondió Alexander abrazando de vuelta a su tío, Anabelle examinó al joven adulto de arriba hacia abajo, sonrío en sus adentros.
— ¡¿No me presentarás?! — exclamó Anabelle demandante mientras miraba a los dos hombres con las manos en su cintura y el ceño fruncido. Gabriel soltó a su sobrino y encaró a su exigente prometida.
— Calma cielo, estaba saludándolo, me emocionó verlo — se excusó Gabriel tomándola del rostro para luego depositarle un beso en la punta de su nariz, ella sonrió y se relajó. Alexander por su parte miró hacia otra dirección, las demostraciones de afecto publicas le causaban cierto recelo, después de todo el chico había sido cortado hace menos de una semana.
— Alexander, ella es mi novia y futura esposa Anabelle — presentó Gabriel a la mujer que mantenía sostenida de la cintura de manera posesiva. Alexander extendió la mano en dirección de Anabelle. Ella estrechó su mano y colocó una cándida sonrisa en sus labios que lo hizo estremecerse.
Después de las presentaciones y demás formalidades los tres quedaron en verse dentro de dos horas que Alexander terminase su turno, el tema de los zapatos no fue sacado durante esa breve platica.
— Entonces te veo al rato primo — Se despidió Gabriel abrazando nuevamente al menor, éste le correspondió el abrazo y lo apretó hacia sí. Anabelle los miró con una ceja levantada, su novio nunca se había visto tan cariñoso con otros hombres antes, era reconocido en su trabajo por ser taciturno y por ende antisocial.
— Diviértanse, nos vemos luego Anabelle — Dicho esto Alexander regresó a la tienda, la pareja se tomó de las manos  y se retiró a sus deberes.
Alexander se topó con su jefe al entrar a la tienda, él lo miró despectivamente, odiaba a los chicos de su clase, pero no había tenido más opción que aceptarlo, si no fuese por ese muchacho la tienda estaría en bancarrota.
— Ángel, ¿sucede algo? — preguntó Alexander con tono animado, el cual resultó más fastidioso para su jefe.
— No te pago por hablar, ve a hacer el inventario, si no lo terminas a tu hora te quedarás hasta que lo termines — declaró Ángel dándole la espalda; Alexander sonrió y aceptó la orden de buena gana, sabía que acabaría pronto ya que siempre se adelantaba a las tareas que su jefe pudiese darle, además estaba alegre de haber visto después de dos años a su querido tío.
A la hora acordada Alexander acudió a la cafetería de antaño, lugar al cual había recurrido mil veces luego de disputas familiares, lugar también en el cual Gabriel le había recogido por primera vez, aquel pequeño local era para el joven un centro de recuerdos.
— Alexander, me alegra que vinieras — Saludó Gabriel apareciendo tras el joven, éste sonrió ampliamente, sus ojos se agrandaron.
— Que puntual, recuerdo como siempre me quejaba que llegabas tarde a todos lados — respondió Alexander caminando hacia la mesa de siempre, al fondo, cerca de los baños por cualquier cosa.
Gabriel siguió al joven, tomo asiento junto a él como hace dos años, la relación que ambos tenían no se había hecho añicos después de ese tiempo. Una mesera joven y coqueta les atendió, ambos pidieron una grasosa y enorme hamburguesa, hábito que a ninguno de los dos se les había quitado.
— sigues con la misma dieta, no comprendo cómo no engordas — Comentó Alexander a su tío mientras le palpaba el estómago sin una gota de grasa, más que la necesaria para revestir su marcado abdomen.
Gabriel soltó una sonora carcajada y rodeo con un brazo el cuello de su sobrino.
— ¡ejercicio diario mi estimado! — exclamó orgulloso al tanto que le revolvía la cobriza cabellera, las risas se instalaron en ambos hombres, hacía tiempo que ninguno de los dos se sentía tan relajado como en esos momentos.
— ¿Por qué no has traído a tu novia? — preguntó Alexander separándose del estrecho abrazo en el que había terminado luego de risas incontrolables. Gabriel el dedo índice y señaló al más joven.
— Es mi novia pero no siempre estamos pegados como chicle — respondió Gabriel mirando la hamburguesa que se acercaba hacia ellos, la coqueta mesera les sirvió la cena al tiempo que dejaba adrede a la vista su par de enormes senos, ellos solamente le sonrieron y tuvieron de respuesta un guiño y número telefónico.
— Ya veo, pensé que estaría ella ya que habíamos quedado los tres — Dijo Alexander tomando en sus manos la grande y grasienta hamburguesa para luego darle una gran mordida, Gabriel realizó el mismo acto.
Horas después ambos se encontraban en el departamento de Alexander, Gabriel le había explicado a su sobrino que Anabelle le había dado la noche libre ya que notó que necesitaba tiempo para estar con su adorado sobrino, por lo que el más joven le propuso pasar la noche juntos como en los viejos tiempos.
— justo como tu habitación, un lugar pulcro — comentó Gabriel adentrándose al departamento mientras dejaba su chaqueta en el perchero. Alexander cerró la puerta y se colocó delante de su tío.
— No has olvidado lo que pasamos, ¿no es así?, yo no lo he hecho — declaró Alexander acorralando al gran hombre entre su cuerpo y la puerta. Gabriel suspiró y rodeo de la cintura al de cabellera cobriza.
— Claro que no mi querido, siempre te he tenido presente — acto seguido cubrió el rostro del más joven con besos, suaves y castos besos que hicieron las piernas del joven flaquear. Gabriel lo cogió en brazos y siguiendo las instrucciones de su sobrino terminaron en la habitación.
Días más tarde Anabelle miraba nuevamente el par de zapatos desde afuera de la tienda, Alexander la había visto desde detrás de la caja registradora, mas no quería acercarse, la culpa lo mataba, había retozado con su prometido horas antes.
Anabelle se adentró a la tienda y caminó directo hacia los zapatos, el jefe de la tienda la atendió y así Alexander pudo esconderse tras el mostrador. Gabriel entró a la tienda, había quedado con su querido sobrino de verse para comer, no se percató de la presencia de su prometida en el local.
— Ya quiero ir a comer contigo, anoche termine agotado, eres muy exigente, se nota lo joven que eres todavía — comentó Gabriel mientras se acercaba hacia el mostrador, Alexander se sobresaltó al verlo, rogó porque Anabelle no hubiese escuchado su voz pero fue inútil, la chica les miraba con las manos en jarra y ceño fruncido.
— Pero amé como gritabas mi nombre y los dulces gemidos provenientes de tu boca — agregó Gabriel tomando del rostro al menor, el gran hombre pensó que el sobresalto del jovencito era debido a su causa. Alexander se sonrojó y bajó la cabeza.
— Así que ese tipo de actividades eran las que practicaban hace tiempo… ¡quien lo hubiese creído, que tú me engañarías con un hombre, y además, tu sobrino! — Exclamó Anabelle furiosa haciendo que Gabriel al fin se percatase de su presencia, Alexander se escondió tras el mostrador mientras que el mayor se quedó sin palabras y con el rostro pálido.
— ¡Toma tus promesas de amor y sueños de eternidad juntos, imbécil! — Anabelle lanzo el anillo al rostro de Gabriel, el cual de no ser por sus gatunos reflejos hubiese quedado herido. Anabel soltó en llanto y salió corriendo de la tienda como melodrama de telenovela, quien podría culparla, después de todo había sido víctima de una infidelidad.


FIN

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