En unos minutos sonará mi celular,
miraré la pantalla y sonreiré al ver su fotografía, esa tímida y coqueta
sonrisa combinada con sus perfecta dentadura, sus ojos, siempre fui temerosa de
ellos; al principio no podía mirarlos, sentía que ellos descubrirían mis mas
oscuros pensamientos, las mas grandes perversiones de mi alma, pero a pesar de
ello al final logré mirarlos y me cercioré de que caía en picada cada que sus
pupilas se dilataban con mi figura.
Ha pasado media hora y la pantalla no ha reflejado
su fotografía, desconozco el motivo real, pero comienzo a preocuparme, guardo
el celular y tomo mis llaves, es hora de actuar. El sonido de gotas cayendo
cerca de mi habitación me detiene, he vuelto a dejar la llave abierta, suspiro
cansada y me dirijo al baño, mis ojos desvían la mirada de aquellas manos
delgadas, de uñas limadas y envueltas en anillos. Busco la llave que se cubre
con unos mechones de cabello, los retiro y cierro con fuerza, así evitaré que
vuelva a desbordarse el agua, que a estas alturas ha perdido su forma
cristalina y se tiñe de un tono rojizo oscuro.
Vuelvo a la recamara, miro alrededor comprobando que
no hay nada fuera de lugar que me retenga para mi objetivo, sonrío y prosigo
con la idea principal, iré a visitarla, así podré saber el motivo de su ausente
mensaje. Camino hasta la puerta, tomo la perilla y la abro. Un hombre de lentes
oscuros y traje azul marino me impide el paso, miro por encima de su hombro,
las puertas vecinas abiertas, los rostros extrañados y algunos horrorizados, no
comprendo la situación, trato de volver a entrar al departamento pero el sujeto
de lentes me lo impide, toma mis muñecas y bajo la una letanía “Queda usted
bajo arresto” me da la vuelta y me esposa. Niego con la cabeza, imposible que haya
terminado de esta manera. El otro sujeto
abre la puerta de mi departamento de una patada, lleva la pistola agarrada a la
altura de su rostro, mira hacia todos lados. Me quedo en silencio y mirando
perpleja como penetran e invaden mi privacidad, los vecinos se reúnen a nuestro
alrededor, no escucho las voces, todas se distorsionan en mi mente. “Encontré
el cuerpo”, la voz del hombre perpetuador de hogares me vuelve a la realidad,
miro mis manos, el liquido carmesí seco, sonrío “¿Puede enviar un mensaje?”, el
oficial me mira sin comprender, le pido de nuevo, el suspira y acepta, le
indico el lugar de mi celular, lo saca sin importarle tocarme descaradamente,
no digo nada, teclea el mensaje “Numero”, bajo la mirada, fijo mi atención en
el suelo “Cristina”. El sonido del mensaje recibido hace eco en mi
departamento.