Clara se había presentado a la cita que su madre
había acordado en una clínica con una increíble reputación, miraba desde el
pavimento el inmenso edificio, al ser una clínica de renombre poseía varias
especialidades y por ende varios pisos, entre ellas destacaba ginecología, a
pesar de sus 23 años, la joven no había tenido ni atisbo de vida sexual hasta
hace una semana, motivo por el cual ahora se encontraba mirando la construcción
sin decidirse a entrar.
— ¿No
entrarás? — una melodiosa y femenina voz irrumpió en sus pensamientos, Claro
pasó su mirada hacia la mujer que le hablaba.
— Si, pero estoy tomando valor — respondió Clara
regresando la mirada hacia el edificio, el cual se había visto imponente hace unos
segundos y ahora parecía una construcción cualquiera, la mujer que le había
hablado opacaba de sobremanera dicha construcción. La atractiva mujer tomo el
brazo de Clara, al sentirla cerca, la joven sintió que su corazón se aceleraba,
no supo si por causa de la fragancia a vainilla que la mujer emanaba o por su
angelical belleza.
— Vamos, te acompaño, trabajo aquí — Comunicó la
alta, morena e imponente mujer caminando hacia el edificio y llevando consigo a
Clara. Minutos después Clara ya se encontraba en la recepción de la clínica.
— No fue tan difícil, ¿eh? — Dijo la mujer
soltándola para luego caminar hacia la
recepción, intercambiar palabras y retirase dejando a Clara sin saber que hacer
o decir. La joven miro hacia todas direcciones, había sucedido todo tan rápido
que no logró preguntarle su nombre a aquella hermosa mujer.
Después de vencer su vergüenza en recepción,
solicitó información sobre la consulta ginecológica, realizó papeleo y luego se
encaminó al quinto piso del enorme edificio, en el camino se cruzó con muchas
personas pero no las miraba, llevaba la cabeza gacha, se sentía como una niña
yendo por primera vez al doctor. Al entrar al consultorio destinado se
sorprendió de encontrar a la atractiva mujer que la había ayudado minutos
antes.
— Que coincidencia, no imaginé que tú eras la chica
que pidió consulta por teléfono, Clara Hemingway — Saludó la doctora levantando
la mano e inclinando la cabeza. Clara cerró la puerta y se quedó quieta y en
silencio.
— No soy una chica, tengo 23 años — Dijo Clara en
voz baja mientras miraba el suelo como si éste fuera de lo más entretenido del
universo.
La doctora movió de derecha a izquierda la cabeza y
se levantó de su cómoda silla.
— Perdona, comencemos de nuevo — se disculpó la
doctora para luego aclarar la garganta al tanto que caminaba hacia Clara. —
Elizabeth Mcford, especialista en ginecología — se presentó la mujer extendiendo
su mano hacia Clara, la cual tomó la mano y estrechó de buena manera, al fin
sabía el nombre que aquella hermosa mujer, se recriminó mentalmente por pensar
aquello, después de todo Elizabeth era su ginecóloga además de Mujer al igual
que ella.
— Primero deberás quitarte la ropa y colocarte una
bata — Indicó la doctora al tiempo que señalaba con la mano extendida hacia el
baño. Clara sonrió nerviosamente y obedeció; minutos más tarde Clara se
encontraba ya en la cama de exploración.
— Sentirás extraño, como una molestia y tal vez un
poco de frio — Comentó la doctora colocándose los guantes de látex — recuéstate
y coloca las piernas en los soportes — agregó señalando los brazos de hierro
que se alzaban en los extremos de la cama, Clara colocó las piernas en posición
y así la Doctora procedió a realizar el examen.
Hora y media después clara se encontraba ya en casa,
aquella visita a la clínica la había hecho sentir más adulta, además de que la
doctora Elizabeth le había hecho sentir inexplicables emociones, las cuales, su
marido no había logrado.
— ¿Cómo te fue?
— Pregunto Eduardo sirviéndole una taza de té y luego tomando asiento
delante de ella en la pequeña mesa de comedor que poseían. La casa aún se encontraba vacía salvo las
cajas que se apilaban en la sala cerca de la puerta; Clara se había casado hace
una semana y debido a que temía embarazarse de buenas a primeras, terminó visitando
la clínica.
— No tengo nada ni tampoco estoy embarazada —
respondió Clara tomando un sorbo del té de anís servido por su marido, él
suspiró y junto las manos agradeciendo a las entidades divinas por la salud de
ella.
Clara aun no sabía cómo podía su esposo ser tan
devoto a la religión, a ella sus padres no se lo había inculcado de pequeña,
por lo que, ahora de grande, tanto comportamientos como ideas religiosas
estaban fuera de cuestión, pero lograba convivir con él debido a su enorme
paciencia y tolerancia.
— Realmente me alegra, todavía es demasiado pronto
para los hijos, ya veremos dentro de unos años — comentó Eduardo terminándose el
té, seguidamente se levantó y colocó la taza vacía en el lavabo.
Ella agradeció el pensamiento de Eduardo, ya que ella
tampoco quería tener hijos, al menos no ahora.
— ¿te vas? — preguntó mirándole de reojo lavar la
taza, otra cualidad de su marido era su extrema limpieza y consideración, no
esperaba a que llegase ella a lavar los trastes, la ropa o diversas actividades
de mujer de casa común, ese detalle mantenía el equilibrio en sus tareas
diarias; se había casado hace una semana, pero había vivido juntos durante
muchos años en una relación formal.
Eduardo asintió con la cabeza, terminó de lavar la
taza, secó sus manos y se acercó a ella.
— Regreso en la noche, como siempre, te amo — se
despidió depositando un beso en la
frente de Clara, ella le respondió con un beso en los labios. El hombre
se fue y Clara se quedó sola nuevamente sumidad en sus pensamientos.
Dos meses pasaron, en su vida matrimonial, tanto
ella como Eduardo se mantenían como una vieja pareja casada, las escasas noches
juntos no duraban lo suficiente como para satisfacerla, pero debido a la vergüenza
de admitir que disfrutaba del sexo, Clara se veía optando por disfrutar el poco
tiempo y dormirse insatisfecha rato después.
Ese día tenia cita en la clínica, los resultados de
los análisis específicos ya estaba listos, Clara se encontraba emocionada,
había estado esperando dos meses por ir y ver a la doctora, no tenía clara la
idea de porque se sentía así, pero no pensaba dedicarle tiempo a razonarlo, tal
vez sólo había visto en la mujer una prometedora amiga. Clara se arregló como
la primera vez que salió en una cita con su actual esposo, incluso él se
sorprendió al verla tan arreglada.
— Hoy te vez hermosa, ¿se celebra algo? — cuestionó
Eduardo antes de salir por la puerta y dirigirse a su trabajo, ella negó con la
cabeza y le sonrió.
— Nada cariño, simplemente entré a mi etapa de
querer verme hermosa, ¿es un pecado? — respondió Clara con las manos en la
cintura demostrando que, efectivamente, se veía mucho más joven con aquel
atuendo y maquillaje. Eduardo negó con la cabeza, se despidió de ella con un
ademán de mano y salió de la casa cerrando la puerta tras sí.
Clara acudió a la cita sorprendiendo a Elizabeth con
su puntualidad y extremo acicalamiento, le sonrió apenas pasó por la puerta,
las señales habían llegado muy claras, la mujer morena de cabellera cobriza no
iría esa vez solamente por los resultados, iría por algo más.
— Buenos días doctora — saludó Clara acomodando uno
de sus largos mechones tras su oreja en gesto nervioso. Elizabeth se levantó de
su asiento y se acercó a ella.
— Hoy se ve muy hermosa Clara — comentó Elizabeth a
unos cuantos pasos de ella con los brazos cruzados y la mirada penetrante en el
cuerpo de Clara.
— Muchas gracias doctora, hace mucho que no me
tomaba la molestia de arreglarme — respondió Clara desviando la mirada
nerviosa.
Elizabeth caminó hacia la puerta y le colocó seguro,
ese día estaba de suerte, Clara estaba a su completa merced y pensaba
aprovecharlo.
— Dime Elizabeth, estamos en confianza, toma asiento
— Dijo Elizabeth señalándole la cama de examinación, Clara obedeció y se
sorprendió al no ver los dos brazos metálicos a los costados de dicha cama,
optó por mantener la boca cerrada, alguna explicación lógica debía tener, así
su mente dejó de buscar opciones a su parecer bizarras.
Clara no supo en que momento Elizabeth había
acortado la distancia entre ellas, lo único que pudo pensar fue que aquella
mujer besaba de una manera increíblemente sensual, no comparable con los besos
castos y poco entusiastas de su marido, debido a su constante represión sexual
dejó que ésta tomase el control de su cuerpo y así pasó la hora de consulta en
los brazos de la doctora.
Minutos después del último clímax Clara cayó en cuenta
de su realidad, había cometido el peor de los errores en su vida, había
engañado al hombre más perfecto del mundo por una simple calentura, y peor aún,
con una persona de su mismo sexo, consternada se zafó de los brazos de
Elizabeth, tomó su ropa, se vistió y salió del consultorio dejando a Elizabeth
con mil y un preguntas en la boca.
Horas más tarde llego a su casa, Eduardo la recibió
con un cariñoso abrazo y un dulce beso, aquellos gestos la hicieron sentirse
aún más culpable, sin darle explicación a su esposo, se encerró en el baño.
— ¡Cariño!, ¿Qué sucede? — preguntó Eduardo con tono
preocupado mientras trataba en vano de abrir la puerta. Clara se sentó en el bacín y rompió en llanto, se
sentía la mujer más sucia y mal agradecida del planeta, Eduardo al no recibir
respuesta optó por dejar de insistir.
— Cuando quieras decirme, estaré en la habitación —
dicho esto se retiró al cuarto; las palabras no llegaron a Clara, ella solo
podía oír sus sollozos. Después de
tranquilizarse y lavarse el rostro, Clara se dirigió a la habitación de su
esposo; lo encontró recostado en la cama leyendo la biblia, uno de sus hábitos
antes de dormir, al ver el libro en sus manos no pudo evitar sentirse como el mismísimo
diablo, resignada tomó asiento en la orilla de la cama.
— Lo lamento, he estado muy sensible últimamente —
se excusó Clara tomando su pijama para luego colocársela y meterse bajo las
sábanas.
— Me alegro que solo sea eso, pensé que algún análisis
había resultado mal — Dijo Eduardo cerrando la biblia, la coloco en el cajón
del buro al lado de la cama y miró a
Clara. — Buenas noches amor — agregó besándole la frente; todas las noches en
las que no mantenían relaciones sexuales, él le daba un beso en la frente y de
inmediato caía rendido, Clara se había acostumbrado, pero ahora sentía que esa
muestra de afecto era demasiado para ella, con el filo de la culpa amenazando
su alma cerró los ojos y durmió profundamente.
Esa noche soñó como nunca había soñado, con ella en
la consulta rodeada de abrasadoras flamas y la sonrisa seductora de Elizabeth
que la miraba desde su asiento sin inmutarse de la temperatura del lugar. Gritó
desesperada, trató de salir pero las puertas y ventanas estaban selladas, se
vio después caminado por calles desiertas, casas destruidas y olor a azufre;
sobresaltada despertó del sueño, el reloj marcaba las seis de la mañana,
respiró profundo y salió de la cama dispuesta a olvidar aquella pequeña
desviación que había cometido, después de todo, una mujer no podría contar como
infidelidad, al menos eso se obligó a pensar para así sentirse bien consigo
misma. El día paso tranquilamente hasta que en la tarde tocaron la puerta, ella
y Eduardo se encontraban mirando una película en el televisor, ese día era
sábado por lo que ambos se pasaban en casa descansando.
— Iré a ver quién es — Dijo Clara deshaciéndose con
sutileza del abrazo de su esposo, éste le sonrió y siguió mirando la película;
Clara abrió la puerta y casi se desvanece de la impresión, la doctora Elizabeth
se encontraba ahí delante de ella, con ropa de calle mirándola de una manera
que le hizo dar un vuelco el corazón.
— Me alegra que la clínica tenga registro de los
pacientes — comentó Elizabeth sonriendo ampliamente — no me agrado como
terminamos, te he extrañado — agregó rodeándola en un abrazo que iba más allá
de lo fraternal, Eduardo había dejado de ver la película y miraba la escena con
el ceño fruncido y el rostro descompuesto.
Clara posó su vista en la calle, la cual se
encontraba vacía, pero por alguna razón deseó que estuviese llena de carros
para salir corriendo y dejarse arrollar, la culpa le corroía los huesos y ahora
que había sido expuesta no podía hacer nada.
— Clara, ¿Qué significa esto? — preguntó Eduardo
demandante acercándose a ellas, Elizabeth al ver a Eduardo soltó a Clara y le dio
un poco de espacio.
— ¿eres casada? — fue el turno de Elizabeth de
preguntar, el tono demandante y dolido de ambos le taladró a Clara el corazón,
las lágrimas inundaron sus ojos.
— ¡No fue mi intención!, ¡no pude evitarlo! —
exclamó entre sollozos tratando de enjuagar las lágrimas que salían sin querer
controlarse.
Eduardo caminó a la cocina, tomó las llaves del automóvil
y salió de casa, no sin antes decir un “hasta nunca” desprovisto de emociones.
Clara se derrumbó en el suelo, había arruinado toda su futura felicidad por un
momento de lujuria, Elizabeth la rodeó en un abrazo y le ofreció su pecho para
llorar. Después de aquel acontecimiento Eduardo le pidió el divorcio y ella
nunca logró perdonarse, por lo que se fue de la ciudad lejos de aquellos
sentimientos que la hicieron perderse, lejos de su pecado.
FIN
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