Dorotea se mordía las uñas con desesperación, llevaba ya una
hora en ese espacio, el olor del antiséptico ya había inundado sus fosas
nasales, podía sentir una leve punzada en sus sienes, producto posiblemente de
la noche en vela, sus pies repiqueteaban la blanca losa en un ritmo continuo,
podía escuchar el sonido del tecleo de la recepcionista a unos metros de ella;
Dorotea se sentía en otro universo, en sus 21 años de vida, jamás habría
imaginado que terminaría en esa situación, respiró profundo y empezó a frotarse
las manos repetidamente, sentía que su cuerpo estaba helado, como si le
hubieran bajado mucho a la temperatura de la habitación, pese a que el marcador
del A.C indicaba 27°.
Dorotea había sido una chica ejemplar durante toda la
escuela, siempre había tenido buenas calificaciones, excelente conducta,
destacaba por sus valores y ética totalmente apegados a las normas, a la vez
que, su arraigada fe religiosa, en la cual, todos los sábados iba a confesarse
y los domingos iba a misa a realizar la eucaristía, sin duda, era el tipo de
chica que terminaría como una mujer exitosa madre de familia, buena mujer
educadora de sus hijos, atendiendo a su marido, pero, cuando Dorotea entró a la
universidad, conoció a Marco, él era lo opuesto a ella, un chico con ideas
liberales, destacaba del común por su supuesta rebeldía ante las normas y sus
característicos hoyuelos cada que sonreía, ella, cuando lo vio por primera vez
cayó flechada, pero en su familia no le permitirían jamás estar con él, por lo
que tuvo que reprimir sus emociones y olvidarse del asunto.
-
Señorita Mijangos, ya puede pasar
Dorotea escuchó a la lejanía su
apellido, lo cual la hizo salir de sus recuerdos, agradecida por la
recepcionista, puesto que no quería volver a entrar en las aguas pantanosas de
un año atrás, se levantó de la silla y caminó al espacio indicado, la recibió
una sonrisa de hoyuelos característica, ahí estaba él, el chico por el cual
ella había probado nuevas experiencias de vida, ella lo miró atónita, no podía
moverse de su sitio, él notó el desconcierto de la chica, pero, no comprendió
la razón por lo que decidió llevar una de sus manos al hombro de ella.
-
¿Señorita Mijangos?
Dorotea parpadeó varias veces,
sintió sus mejillas tornarse carmesí y por automático se cubrió el vientre y
trato de alejarse de él, no podía ser cierto, que de entre todas las personas
que pudo haberse topado, en un sitio de ese tipo, haya sido con él.
Un
año atrás, luego de haber ignorado sus demonios, como diría su madre si le
hubiese llegado a comentar la sensación de hormigueo en su entrepierna que sintió
ante la visión del chico de hoyuelos sin camisa corriendo en el campo de
futbol, Dorotea trató por todos los medios de no ceder ante tal encanto que le
seducía noche tras noche, que la dejaba agitada cada amanecer, sintiendo
calentura sin estar enferma y con las bragas mojadas, no quería admitir que a
sus 20 años, ese chico de hoyuelos, le incitaba la libido sexual.
Cierto
día, Dorotea se había quedado hasta tarde en la universidad haciendo una
investigación, que no notó la hora hasta que unas risas la sacaron de su
concentración, levantó la vista del libro y busco la fuente de las risas, pudo
divisar al fondo de la biblioteca, cerca de los estantes más altos de esa
sección, a dos personas, y una de ellas era el chico de los hoyuelos; incapaz
de poder desviar la mirada, se acercó sigilosamente hacia la pareja que
murmuraba cosas entre risas, la chica,
por lo que pudo apreciar, era no más alta que ella, pero sí de
contoneada figura, llevaba puesto una falda que le llegaba un poco menos de la
rodilla y una blusa de escote pronunciado que te hacia mirarle los senos aun si
no quisieses, pero Dorotea no pudo prestarle mucha atención a la chica cuando
vio como el de sonrisa perfecta llevaba una de sus manos a su propio pantalón…
-
Discúlpeme, estaba un poco distraída, solo vengo
a que se deshaga de esto, ¿ya sabe?
-
Claro, pase y tome asiento.
Unas horas después de que Dorotea
había salido de la anestesia, sintió su cuerpo menos pesado, y el frío antes
que la había inmovilizado, ahora estaba en el olvido, agradecida con el doctor,
se levantó de la cama, se vistió como había llegado y caminó a recepción, ese
espacio que antes la había sofocado, ahora se sentía libre, las paredes
brillaban de blanco haciéndola sentir renovada, el doctor se acercó a ella.
-
Ahora solo debe ser más cuidadosa y protegerse
adecuadamente.
-
Si doctor, muchas gracias.
Antes de que ella cruzara el umbral
de la puerta de salida, el chico de la sonrisa con hoyuelos colocó una mano en
el hombro de ella y acercó su boca al oído izquierdo de Dorotea “Lástima que no
disfrutamos más esa noche”, se separó y se despidió con un guiño. Dorotea se
quedó en silencio, con las mejillas ardiendo y su entrepierna estremeciéndose,
dio media vuelta y salió del lugar.
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