8 oct 2011

Viejos tiempos


Una mujer miraba por el gran cristal con los ojos grandes y brillosos de chiquilla cuando encuentra un juguete nuevo y lo desea, el dependiente de la tienda al verla desde su sitio, limpiando los cristales fijó su atención en el objeto que la mujer miraba, unos zapatos dorados con franjas plateadas, un excéntrico par de zapatos.
— ¡Los quiero! — Exclamó la mujer jalando de la manga al hombre a su lado, un joven alto, apuesto, de barba de días, ojos grandes y de un profundo azul, cabellera oscura enrulándose en su cráneo. El dependiente que había estado observando a la mujer lo reconoció enseguida, aquel espécimen era su tío, aquel tío que había sido como su padre en la etapa que más había necesitado.
— No bromees Anabelle, ya sabes que solo debemos gastar lo necesario, nada de extravagancias, no somos ricos — Respondió el hombre dando la espalda al gran cristal, Anabelle infló los cachetes y bajó la cabeza resignada.
— ¡Tío Gabriel!, no te preocupes, puedo hacerte un gran descuento — Dijo el chico dependiente que había salido del local y ahora se encontraba mirando a la pareja desde el marco de la puerta del local.
Anabelle levantó la vista y fijó su atención en el chico que le había hablado a su hombre, era un joven muy apuesto, al parecer pariente de su futuro marido.
— ¡Alexander!, ¿Qué haces por estos lugares?, ¿trabajas aquí? — Preguntó Gabriel acercándose al mencionado  y rodeándole enseguida en un abrazo.
Anabelle levantó la cabeza y se acercó a ambos hombres, uno más bajo que el otro, pero ambos sumamente masculinos, Alexander se veía como un Gabriel adolescente, todo en él era similar a excepción del lunar debajo de su ojo izquierdo.
— Así es, conseguí un departamento cerca de mi universidad y trabajo medio tiempo para poder costearlo — Respondió Alexander abrazando de vuelta a su tío, Anabelle examinó al joven adulto de arriba hacia abajo, sonrío en sus adentros.
— ¡¿No me presentarás?! — exclamó Anabelle demandante mientras miraba a los dos hombres con las manos en su cintura y el ceño fruncido. Gabriel soltó a su sobrino y encaró a su exigente prometida.
— Calma cielo, estaba saludándolo, me emocionó verlo — se excusó Gabriel tomándola del rostro para luego depositarle un beso en la punta de su nariz, ella sonrió y se relajó. Alexander por su parte miró hacia otra dirección, las demostraciones de afecto publicas le causaban cierto recelo, después de todo el chico había sido cortado hace menos de una semana.
— Alexander, ella es mi novia y futura esposa Anabelle — presentó Gabriel a la mujer que mantenía sostenida de la cintura de manera posesiva. Alexander extendió la mano en dirección de Anabelle. Ella estrechó su mano y colocó una cándida sonrisa en sus labios que lo hizo estremecerse.
Después de las presentaciones y demás formalidades los tres quedaron en verse dentro de dos horas que Alexander terminase su turno, el tema de los zapatos no fue sacado durante esa breve platica.
— Entonces te veo al rato primo — Se despidió Gabriel abrazando nuevamente al menor, éste le correspondió el abrazo y lo apretó hacia sí. Anabelle los miró con una ceja levantada, su novio nunca se había visto tan cariñoso con otros hombres antes, era reconocido en su trabajo por ser taciturno y por ende antisocial.
— Diviértanse, nos vemos luego Anabelle — Dicho esto Alexander regresó a la tienda, la pareja se tomó de las manos  y se retiró a sus deberes.
Alexander se topó con su jefe al entrar a la tienda, él lo miró despectivamente, odiaba a los chicos de su clase, pero no había tenido más opción que aceptarlo, si no fuese por ese muchacho la tienda estaría en bancarrota.
— Ángel, ¿sucede algo? — preguntó Alexander con tono animado, el cual resultó más fastidioso para su jefe.
— No te pago por hablar, ve a hacer el inventario, si no lo terminas a tu hora te quedarás hasta que lo termines — declaró Ángel dándole la espalda; Alexander sonrió y aceptó la orden de buena gana, sabía que acabaría pronto ya que siempre se adelantaba a las tareas que su jefe pudiese darle, además estaba alegre de haber visto después de dos años a su querido tío.
A la hora acordada Alexander acudió a la cafetería de antaño, lugar al cual había recurrido mil veces luego de disputas familiares, lugar también en el cual Gabriel le había recogido por primera vez, aquel pequeño local era para el joven un centro de recuerdos.
— Alexander, me alegra que vinieras — Saludó Gabriel apareciendo tras el joven, éste sonrió ampliamente, sus ojos se agrandaron.
— Que puntual, recuerdo como siempre me quejaba que llegabas tarde a todos lados — respondió Alexander caminando hacia la mesa de siempre, al fondo, cerca de los baños por cualquier cosa.
Gabriel siguió al joven, tomo asiento junto a él como hace dos años, la relación que ambos tenían no se había hecho añicos después de ese tiempo. Una mesera joven y coqueta les atendió, ambos pidieron una grasosa y enorme hamburguesa, hábito que a ninguno de los dos se les había quitado.
— sigues con la misma dieta, no comprendo cómo no engordas — Comentó Alexander a su tío mientras le palpaba el estómago sin una gota de grasa, más que la necesaria para revestir su marcado abdomen.
Gabriel soltó una sonora carcajada y rodeo con un brazo el cuello de su sobrino.
— ¡ejercicio diario mi estimado! — exclamó orgulloso al tanto que le revolvía la cobriza cabellera, las risas se instalaron en ambos hombres, hacía tiempo que ninguno de los dos se sentía tan relajado como en esos momentos.
— ¿Por qué no has traído a tu novia? — preguntó Alexander separándose del estrecho abrazo en el que había terminado luego de risas incontrolables. Gabriel el dedo índice y señaló al más joven.
— Es mi novia pero no siempre estamos pegados como chicle — respondió Gabriel mirando la hamburguesa que se acercaba hacia ellos, la coqueta mesera les sirvió la cena al tiempo que dejaba adrede a la vista su par de enormes senos, ellos solamente le sonrieron y tuvieron de respuesta un guiño y número telefónico.
— Ya veo, pensé que estaría ella ya que habíamos quedado los tres — Dijo Alexander tomando en sus manos la grande y grasienta hamburguesa para luego darle una gran mordida, Gabriel realizó el mismo acto.
Horas después ambos se encontraban en el departamento de Alexander, Gabriel le había explicado a su sobrino que Anabelle le había dado la noche libre ya que notó que necesitaba tiempo para estar con su adorado sobrino, por lo que el más joven le propuso pasar la noche juntos como en los viejos tiempos.
— justo como tu habitación, un lugar pulcro — comentó Gabriel adentrándose al departamento mientras dejaba su chaqueta en el perchero. Alexander cerró la puerta y se colocó delante de su tío.
— No has olvidado lo que pasamos, ¿no es así?, yo no lo he hecho — declaró Alexander acorralando al gran hombre entre su cuerpo y la puerta. Gabriel suspiró y rodeo de la cintura al de cabellera cobriza.
— Claro que no mi querido, siempre te he tenido presente — acto seguido cubrió el rostro del más joven con besos, suaves y castos besos que hicieron las piernas del joven flaquear. Gabriel lo cogió en brazos y siguiendo las instrucciones de su sobrino terminaron en la habitación.
Días más tarde Anabelle miraba nuevamente el par de zapatos desde afuera de la tienda, Alexander la había visto desde detrás de la caja registradora, mas no quería acercarse, la culpa lo mataba, había retozado con su prometido horas antes.
Anabelle se adentró a la tienda y caminó directo hacia los zapatos, el jefe de la tienda la atendió y así Alexander pudo esconderse tras el mostrador. Gabriel entró a la tienda, había quedado con su querido sobrino de verse para comer, no se percató de la presencia de su prometida en el local.
— Ya quiero ir a comer contigo, anoche termine agotado, eres muy exigente, se nota lo joven que eres todavía — comentó Gabriel mientras se acercaba hacia el mostrador, Alexander se sobresaltó al verlo, rogó porque Anabelle no hubiese escuchado su voz pero fue inútil, la chica les miraba con las manos en jarra y ceño fruncido.
— Pero amé como gritabas mi nombre y los dulces gemidos provenientes de tu boca — agregó Gabriel tomando del rostro al menor, el gran hombre pensó que el sobresalto del jovencito era debido a su causa. Alexander se sonrojó y bajó la cabeza.
— Así que ese tipo de actividades eran las que practicaban hace tiempo… ¡quien lo hubiese creído, que tú me engañarías con un hombre, y además, tu sobrino! — Exclamó Anabelle furiosa haciendo que Gabriel al fin se percatase de su presencia, Alexander se escondió tras el mostrador mientras que el mayor se quedó sin palabras y con el rostro pálido.
— ¡Toma tus promesas de amor y sueños de eternidad juntos, imbécil! — Anabelle lanzo el anillo al rostro de Gabriel, el cual de no ser por sus gatunos reflejos hubiese quedado herido. Anabel soltó en llanto y salió corriendo de la tienda como melodrama de telenovela, quien podría culparla, después de todo había sido víctima de una infidelidad.


FIN

No hay comentarios:

Visitas